Lucía abrió su regalo de cumpleaños. Estaba muy emocionada. Ella siempre había querido ser un hada y al fin tenía el traje. En la caja había unas hermosas alas transparentes y un cetro de cristal.
Se puso el traje y salió a jugar al patio. Subió al árbol como lo haría un hada. Desde allí podía ver el lago que estaba
frente al parque y a los niños jugando en el patio de sus casas.
—¿Eres nueva? —preguntó una voz desde la hoja de un
árbol.
—Sí. —dijo Lucía— Recién empecé hoy.
—¿Ya puedes volar?
—No, aún no. —contestó un poco triste.
—Solo necesitas un poco de polvo de hada.
—¿Y dónde lo encuentro? —preguntó la pequeña niña.
—Con tu cetro puedes atrapar la luz y ponerla en tus alas.
Luego vas al lago y le preguntas. Él sabe todo sobre las hadas.
La voz se esfumó tan rápido como había aparecido, de tal
manera que Lucía bajo del árbol y siguió los pasos, tal como lo había escuchado.
El césped estaba muy verde y brillaba. Lucía atrapó la luz del césped y la puso
en sus alas.
—¡Mamá, voy al lago!
Cuando llego al lago se vio en el agua. ¡Estaba toda
verde, cubierta de césped!
—Lago, ¡las hadas no son verdes!
—Métete al agua o te quedarás así.
—¡Pero no me gusta bañarme!
Lucía se metió al agua y llegó toda
mojada a su casa.
—¿Qué te pasó, Lucía?, preguntó su mamá.
—Ese lago no sabe mucho sobre hadas, mami.
Lucía volvió a subir al árbol como lo haría un hada, y vio
a lo lejos un hermoso arcoíris. Tenía
todos los colores, así que Lucía atrapó la luz del arcoíris y la puso en sus
alas.
—¡Mamá, voy al lago!
Cuando llegó al lago se vio en el agua. Tenía las manos
azules, el cuerpo de colores, y la nariz roja.
—Lago, ¡así no se ven las hadas!.
—Métete al agua o te quedarás así.
—¡Pero no me gusta bañarme!
Lucía se metió al agua y llegó toda
mojada a su casa.
—¿Que pasó, Lucía?, preguntó su mamá.
—Ese lago no sabe mucho sobre hadas, mami.
Lucía subió al árbol como lo haría un hada, y a su lado
vio como brillaban las plumas del pájaro cantor. Pensó que como tenía alas debía de servir
para volar, así que atrapó la luz de las plumas del pájaro y se la puso en las
alas.
—¡Mamá, voy al lago!
Cuando llego al lago, ¡estaba toda cubierta de plumas!
—Lago, ¡las hadas
no tienen plumas!
—Métete al agua o te quedarás así.
—¡Pero no me gusta bañarme!
Lucía se metió al agua y llegó toda
mojada a su casa.
—¿Que pasó, Lucía?, preguntó su mamá.
—Ese lago no sabe mucho sobre hadas mami.
Lucía decidió que ya había sido
suficiente. Se puso nuevamente sus alas
y cogió su cetro.
—Mamá voy a lago.
En el camino vio como brillaba la piel de su gato, las
bicicletas y los carros también brillaban, pero Lucía no atrapó ninguna de esas
luces.
Cuando llegó a la pileta, en el reflejo del agua, pudo
ver que su pelo y su cara brillaban.
Lucía atrapó esa luz y se la puso en las alas.
Entonces, cayó polvo de hada.
—Ya puedes volar, —le dijo el lago.
Y Lucía, el hada, regresó volando a su casa.
—¿Qué pasó, Lucía?, —preguntó su mamá.
—Después de todo… el lago sí sabía sobre hadas, mami.
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