Por: Adelaida Jaramillo
En 1985, el actor y símbolo sexual, Rock Hudson,
fue el primer personaje popular víctima de la nueva peste del siglo XX: el
sida. Durante los primeros años y debido
al desconocimiento, esta pandemia causó terror y el rechazo hacia sus
portadores, ganándoles la etiqueta de homosexuales o drogadictos. Es en esta época en la que se desarrolla “El
club de compradores de Dallas”, que cuenta una historia basada en hechos
reales, cuya acción se sostiene en el deseo de vivir de dos antihéroes
contagiados por la enfermedad.
Ron Woodroof (McConaughey) es un cowboy texano, homofóbico, adicto a las drogas, que se gana la vida apostando y estafando hasta a sus propios amigos. Woodroof al no practicar el sexo seguro, se contagia con el virus y es notificado sólo en la etapa terminal de la enfermedad, de que es portador del VIH, noticia que recibe de parte de dos doctores y a la cual rechaza porque: “Yo no soy un maldito marica. Mírame y dime lo que ves: un maldito hombre de rodeo es lo que ves”.
Con el estigma no sólo de la cuenta regresiva,
pero del aislamiento ocasionado por el repudio de la gente que por ignorancia lo
asocia como homosexual, Woodroof conoce a Rayon (Leto), un travesti que también
tiene sida y que reúne todo lo que él rechaza desde su masculinidad hegemónica.
Ese personaje, que representa al “Otro”, es el único capaz de mostrar
solidaridad, y será con él, con quien emprenderá una empresa no sólo para salvar
sus vidas, sino las de otros enfermos. Irónicamente,
la casa en la que reciben a los miembros del club de compradores de Dallas,
representa una esperanza de vida para este grupo de desahuciados, que los
médicos y la sociedad han marginado, y que encuentran en este
espacio un lugar en el que todos son iguales.
Hay que agradecerle al director canadiense
Jean-Marc Vallée (La Reina Victoria, 2009), que trabaje el tema sin convertirlo
en un melodrama, aunque quizás debido a esta decisión no encontraremos una
película con grandes diálogos, sin embargo los personajes, cercanos a los de la
novela picaresca, se roban la película con sus soberbias interpretaciones y la
impresionante transformación de sus cuerpos. Al final, estos renovados Bonnie y Clyde encontrarán
diferentes maneras de redimirse, aceptarse y ser aceptados nuevamente como
seres humanos.
Desde 1985 a la fecha, la realidad sobre el
conocimiento del tema ha cambiado, se han realizado campañas para informarnos
sobre las formas de contagio y sobre la “no excepcionalidad” de las
preferencias sexuales de los portadores, sin embargo en un censo realizado en
el 2009, existían 33 millones de infectados en el mundo, y contando. La película nos muestra con crudeza la
representación de la precariedad del cuerpo enfermo de sida, pero lo más
importante que nos presenta, es que así como hoy somos parte de un club, mañana
podríamos ser parte de otro.
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