El jueves 7 de marzo regresa
el twitcam literario para comentar El antropófago de Pablo Palacio y otros
recomendaciones de lecturas con dientes. A las 21h00 estaremos transmitiendo el
twitcam con invitado especial, el escritor Rafael Lugo.
Los esperamos con la lectura
para comentar.
El antropófago - Pablo
Palacio
Allí está, en la Penitenciaria,
asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago.Todos
lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen
que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por
lo menos, armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan
temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner
carne de gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han
llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por
entre los hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que
dan picotazos.
Todos lo conocen. Las gentes
caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es
un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos, armados de
cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando,
estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de
gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han llegado hasta
provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los
hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan
picotazos.Pero el antropófago se está quieto, mirando con sus ojos vacíos.Algunos
creen que se ha vuelto un perfecto idiota; que aquello fue sólo un momento de
locura.Pero no les oiga; tenga mucho cuidado frente al antropófago: estará
esperando un momento oportuno para saltar contra un curioso y arrebatarle la
nariz de una sola dentellada.Medite Ud. en la figura que haría si el
antropófago se almorzara su nariz. ¡Ya lo veo con su aspecto de calavera! ¡Ya
lo veo con su miserable cara de lázaro, de sifilítico o de canceroso! ¡Con el
unguis asomando por entre la mucosa amoratada! ¡Con los pliegues de la boca
hondos, cerrados como un ángulo! Va Ud. a dar un magnífico espectáculo.Vea que
hasta los mismos carceleros, hombres siniestros, le tienen miedo.La comida se
la arrojan desde lejos. El antropófago se inclina, husmea, escoge la carne -que
se la dan cruda-, y la masca sabrosamente, lleno de placer, mientras la
sanguaza le chorrea por los labios.Al principio le prescribieron dieta:
legumbres y nada más que legumbres; pero había sido de ver la gresca armada.
Los vigilantes creyeron que iba a romper los hierros y comérselos a toditos. ¡Y
se lo merecían los muy crueles! ¡Ponérseles en la cabeza el martirizar de tal
manera a un hombre habituado a servirse de viandas sabrosas! No, esto no le
cabe a nadie. Carne habían de darle, sin remedio, y cruda. ¿No ha comido usted
alguna vez carne cruda? ¿Por qué no ensaya?Pero no, que pudiera habituarse, y
esto no estaría bien. No estaría bien porque los periódicos, cuando usted menos
lo piense, le van a llamar fiera, y no teniendo nada de fiera, molesta.No
comprenderían los pobres que el suyo sería un placer como cualquier otro; como
comer la fruta en el mismo árbol, alargando los labios y mordiendo hasta que la
miel corra por la barba.Pero ¡qué cosas! No creáis en la sinceridad de mis
disquisiciones. No quiero que nadie se forme de mí un mal concepto; de mí, una
persona tan inofensiva.Lo del antropófago sí es cierto, inevitablemente
cierto.El lunes último estuvimos a verlo los estudiantes de Criminología. Lo
tienen encerrado en una jaula como de guardar fieras.¡Y qué cara de tipo! Bien
me lo he dicho siempre: no hay como los pícaros para disfrazar lo que son.Los
estudiantes reíamos de buena gana y nos acercamos mucho para mirarlo.Creo que
ni yo ni ellos lo olvidaremos Estábamos admirados, y ¡cómo gozábamos almismo
tiempo de su aspecto casi infantil y del fracaso completo de las doctrinas de
nuestro profesor! -Véanlo, véanlo como parece un niño -dijo uno. -Sí, un niño
visto con una lente. -Ha de tener las piernas llenas de roscas. -Y deberán
ponerle talco en las axilas para evitar las escaldaduras. -Y lo bañarán con
jabón de Reuter.- Ha de vomitar blanco. -Y ha de oler a senos.Así se burlaban
los infames de aquel pobre hombre que miraba vagamente y cuya gran cabeza
oscilaba como una aguja imantada.Yo le tenía compasión. A la verdad, la culpa
no era de él. ¡Qué culpa va a tener un antropófago! Menos si es hijo de un
carnicero y una comadrona, como quien dice del escultor Sofronisco y de la
partera Fenareta. Eso de ser antropófago es como ser fumador, o pederasta, o
sabio. Pero los jueces le van a condenar irremediablemente, sin hacerse estas
consideraciones.Van a castigar una inclinación naturalísima: esto me rebela. Yo
no quiero que se proceda de ninguna manera en mengua de la justicia. Por esto
quiero dejar aquí constancia, en unas pocas líneas, de mi adhesión al
antropófago. Y creo que sostengo una causa justa.Me refiero a la
irresponsabilidad que existe de parte de un ciudadano cualquiera, al dar
satisfacción a un deseo que desequilibra atormentadoramente su organismo.Hay
que olvidar por completo toda palabra hiriente que yo haya escrito en contra de
ese pobre irresponsable. Yo, arrepentido, le pido perdón.Sí, sí, creo
sinceramente que el antropófago está en lo justo; que no hay razón para que los
jueces, representantes de la vindicta pública...
Pero qué trance tan duro...
Bueno... lo que voy a hacer es referir con sencillez lo ocurrido... No quiero
que ningún malintencionado diga después que soy yo pariente de mi defendido,
como ya me lo dijo un Comisario a propósito de aquel asunto de Octavio Ramírez.Así
sucedió la cosa, con antecedentes y todo:En un pequeño pueblo del Sur, hace más
o menos treinta años, contrajeron matrimonio dos conocidos habitantes de la
localidad: Nicanor Tiberio, dado al oficio de matarife, y Dolores Orellana,
comadrona y abacera.A los once meses justos de casados les nació un muchacho,
Nico, el pequeño Nico, que después se hizo grande y ha dado tanto que hacer.La
señora de Tiberio tenía razones indiscutibles para creer que el niño era
oncemesino, cosa rara y de peligros. De peligros porque quien se nutre por
tanto tiempo de sustancias humanas es lógico que sienta más tarde la necesidad
de ellas.Yo desearía que los lectores fijen bien su atención en este detalle,
que es a mi ver justificativo para Nico Tiberio y para mí, que he tomado cartas
en el asunto.Bien. La primera lucha que suscitó el chico en el seno del
matrimonio fue a los cinco años, cuando ya vagabundeaba y comenzó a tomársele
en serio. Era a propósito de la profesión. Una divergencia tan vulgar y usual
entre los padres, que casi, al parecer, no vale la pena darle ningún valor. Sin
embargo, para mí lo tiene. Nicanor quería que el muchacho fuera carnicero, como
él. Dolores opinaba que debía seguir una carrera honrosa, la Medicina. Decía
que Nico era inteligente y que no había que desperdiciarlo. Alegaba con lo de
las aspiraciones -las mujeres son especialistas en lo de las
aspiraciones.Discutieron el asunto tan acremente y tan largo que a los diez
años no lo resolvían todavía. El uno: que carnicero ha de ser; la otra: que ha
de llegar a médico. A los diez años Nico tenía el mismo aspecto de un niño;
aspecto que creo olvidé de describir.Tenía el pobre muchacho una carne tan
suave que le daba ternura a su madre; carne de pan mojado en leche, como que
había pasado tanto tiempo curtiéndose en las entrañas de Dolores.Pero pasa que
el infeliz había tomádole serias aficiones a la carne. Tan serias que ya no
hubo que discutir: era un excelente carnicero. Vendía y despostaba que era de
admirarlo.Dolores, despechada, murió el 15 de mayo de l906 (¿Será también este
un dato esencial?).Tiberio, Nicanor Tiberio, creyó conveniente emborracharse
seis días seguidos y elséptimo, que en rigor era de descanso, descansó
eternamente. (Uf, esta va resultando tragedia de cepa).Tenemos, pues, al pequeño
Nico en absoluta libertad para vivir a su manera, sólo ala edad de diez
años.Aquí hay un lago en la vida de nuestro hombre. Por más que he hecho, no he
podido recoger los datos suficientes para reconstruirla. Parece, sin embargo,
que no sucedió en ella circunstancia alguna capaz de llamar la atención de sus
compatriotas.Una que otra aventurilla y nada más.Lo que se sabe a punto fijo es
que se casó, a los veinticinco, con una muchacha de regulares proporciones y
medio simpática. Vivieron más o menos bien. A los dos años les nació un hijo,
Nico, de nuevo Nico.De este niño se dice que creció tanto en saber y en
virtudes, que a los tres años, por esta época, leía, escribía, y era un tipo
correcto: uno de esos niños seriotes y pálidos en cuyas caras aparece congelado
el espanto.La señora de Nico Tiberio (del padre, no vaya a creerse que del
niño) le había echado ya el ojo a la abogacía, carrera magnífica para el
chiquitín. Y algunas veces había intentado decírselo a su marido. Pero éste no
daba oídos, refunfuñando. ¡Esas mujeres que andan siempre metidas en lo que no
les importa! Bueno, esto no le interesa a Ud.; sigamos con la historia:
La noche del 23 de marzo,
Nico Tiberio, que vino a establecerse en la Capital tres años atrás con la
mujer y el pequeño -dato que he olvidado de referir a su tiempo se quedó hasta
bien tarde en un figón de San Roque, bebiendo y charlando.Estaba con Daniel
Cruz y Juan Albán, personas bastante conocidas que prestaron,con oportunidad,
sus declaraciones ante el Juez competente. Según ellos, el tantas veces
nombrado Nico Tiberio no dio manifestaciones extraordinarias que pudieran hacer
luz en su decisión. Se habló de mujeres y de platos sabrosos. Se jugó un poco a
los dados. Cerca de la una de la mañana, cada cual la tomó por su lado.(Hasta
aquí las declaraciones de los amigos del criminal. Después viene su confesión,
hecha impúdicamente para el público).Al encontrarse solo, sin saber cómo ni por
qué, un penetrante olor a carne fresca empezó a obsesionarlo. El alcohol le
calentaba el cuerpo y el recuerdo de la conversación le producía abundante
saliveo. A pesar de lo primero, estaba en sus cabales.Según él, no llegó a
precisar sus sensaciones. Sin embargo, aparece bien claro lo siguiente:Al
principio le atacó un irresistible deseo de mujer. Después le dieron ganas de
comer algo bien sazonado; pero duro, cosa de dar trabajo a las mandíbulas.
Luego le agitaron temblores sádicos: pensaba en una rabiosa cópula, entre
lamentos, sangre y heridas abiertas a cuchilladas.Se me figura que andaría
tambaleando, congestionado.A un tipo que encontró en el camino casi le asalta a
puñetazos, sin haber motivo.A su casa llegó furioso. Abrió la puerta de una
patada. Su pobre mujercita despertó con sobresalto y se sentó en la cama.
Después de encender la luz se quedó irándolo temblorosa, como presintiendo algo
en sus ojos colorados y saltones.Extrañada, le preguntó: -¿Pero qué te pasa,
hombre?Y él, mucho más borracho de lo que debía estar, gritó: -Nada, animal; ¿a
ti qué te importa? ¡A echarse!Mas, en vez de hacerlo, se levantó del lecho y
fue a pararse en medio de la pieza.¿Quién sabía qué le irían a mentir a ese
bruto?La señora de Nico Tiberio, Natalia, es morena y delgada.Salido del amplio
escote de la camisa de dormir, le colgaba un seno duro y grande.Tiberio,
abrazándola furiosamente, se lo mordió con fuerza. Natalia lanzó un grito.
Nico Tiberio, pasándose la
lengua por los labios, advirtió que nunca había probado manjar tan sabroso.
¡Pero no haber reparado nunca en eso! ¡Qué estúpido! ¡Tenía que dejar a sus
amigotes con la boca abierta! Estaba como loco, sin saber lo que le pasaba y
con un justificable deseo de seguir mordiendo.Por fortuna suya oyó los lamentos
del chiquitín, de su hijo, que se frotaba los ojos con las manos.Se abalanzó
gozoso sobre él; lo levantó en sus brazos, y, abriendo mucho la boca, empezó a
morderle la cara, arrancándole regulares trozos a cada dentellada, riendo,
bufando, entusiasmándose cada vez más.El niño se esquivaba y él se lo comía por
el lado más cercano, sin dignarse escoger.Los cartílagos sonaban dulcemente
entre los molares del padre. Se chupaba los dientes y lamía los labios. ¡El
placer que debió sentir Nico Tiberio! Y como no hay en la vida cosa cabal,
vinieron los vecinos a arrancarle de su abstraído entretenimiento. Le dieron de
garrotazos, con una crueldad sin límites; le ataron, cuando le vieron tendido y
sin conocimiento; le entregaron a la Policía... ¡Ahora se vengarán de él!Pero
Tiberio (hijo), se quedó sin nariz, sin orejas, sin una ceja, sin una mejilla.Así,
con su sangriento y descabado aspecto, parecía llevar en la cara todas las
ulceraciones de un Hospital.Si yo creyera a los imbéciles tendría que decir:
Tiberio (padre) es como quien se come lo que crea.
0 comments:
Publicar un comentario