Cecilia Eudave @CeciliaEudave
Durante los siglos X I X y X X las sirenas fueron
duramente casadas por los hombres.
Cuentan que una noche el barco Perséfone cazó cerca de una docena. Curiosamente, no se les buscaba como
fenómenos de la naturaleza, pues ya existían en la imaginación humana nuevas y
poderosas bestias más apetecibles para la pesadilla. Tampoco las cazaban por su voz, que podía ser
robada y transferida a la garganta de una mujer en parto. Ya habían dejado de construir peceras gigantescas
para contenerlas y exhibirlas, y también prescindieron de sus servicios como
cocineras, según se cuenta en el libro Las puertas de Casiopea. Entonces se les apreciaba en el mundo del
comercio por su carne afrodisíaca.
Bueno, por lo menos la de la cola, con la que se solía hacer un caldo
delicioso que al dárselo de comer a la mujeres provocaba en ellas tal
desenvoltura, tal desinhibición sexual, que los hombres enloquecían mientras
duraba el efecto del potaje.
Por esta lujuria humana murieron miles de sirenas al
ser cercenadas por la cintura para abajo; algunas, las menos ¿desafortunadas?,
quedaron condenadas a andar en unos terribles y lastimeros carritos de madera
donde cargaban sus cuerpos mutilados con los senos al aire y sus largas
cabelleras sucias; portaban, además, un letrerito que decía: -una moneda para
esta pobre sirena-. Así vagaban por los
puertos, mientras que sus hermanas esquivaban cualquier cantidad de penurias y
arriesgaban sus colas para observar la tristeza de sus congéneres y lanzarles
algas para que se alimentaran. Hartas,
decidieron vengarse. Los tiburones de
los mares orientales les aconsejaron vivir en sus aguas y atascarse el cuerpo
de mercurio, porque sabido era que esos mares están contaminados por la nueva
industria. Sus cuerpos, así, se convertirían
en veneno mortal para los hombres. Ellas
siguieron el consejo con la ilusión de asesinar a su raptor a pesar de su
propia muerte, reivindicando a sus hermanas.
Pero cuando una sirena cayó en las redes de un mortal y
fue cercenada de la cintura para abajo, pasó algo que ellas no consideraron ni
esperaron: la cola saturada de mercurio buscó unirse nuevamente con el dorso;
hasta lograrlo. Una y otra vez se repitió
la operación, y una y otra vez el cuerpo se reintegró. Los hombres quedaron maravillados de esta
nueva condición fantástica en ellas.
Ahora, las sirenas atrapadas son objeto de la mutilación perpetua en las
carpas dominicales de las ciudades y los puertos…
Diego Muñoz
Valenzuela
El maldito gato lleva un carro repleto de mercaderías. Eso me perturba: ¿cómo es posible que un
felinillo de última categoría adquiera tal cantidad de bienes? Hago un rápido inventario: tres cajas de
leche (para nutrir su prole), ovillos de lana (destinados al juego, no al
tejido), suntuosas bandejas con carne de primera, galletas para perros (¿regalo
quizás?), champú para bebés, etc.
Profiero una sentencia crítica.
El mandril que me antecede en la fila se da vuelta y gruñe una amenazante
respuesta. La cajera, una deslucida
cebra, mueve la cabeza hacia los lados y relincha una carcajada burlesca.
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