Por Adelaida Jaramillo
En unas cuantas oportunidades he
tenido la distinción de hablar sobre el panorama de la literatura infantil,
tanto en el país como en el extranjero. En mis ponencias he comentado temas
de forma y fondo sobre este tipo de literatura, considerada menor, como lo son las
tendencias de los lectores, la importancia del currículo escolar, el marketing
como estrategia de difusión, la inclusión de títulos juveniles en las listas de
bestsellers, programas de fomento para la lectura y, he listado, en varias
ocasiones, nombres de escritores “serios” que han publicado títulos para
chicos. Al salir de cada charla me
cuestiono si los escritores de literatura infantil son considerados autores
serios y, peor aún, si se aprecia a un texto para niños como literatura o, si
siempre deberá estar ceñido a la categoría infantil.
En el proceso de investigación de las ponencias
encontré a autores contemporáneos como Mario Vargas Llosa, Arturo
Pérez-Reverte, Salman Rushdie, Toni Morrison, los ecuatorianos Rocío Madriñán,
Edgar Allan García, Francisco Febres-Cordero, Santiago Páez; pero podría
también regresar en el tiempo y citar a escritores como Rudyard Kipling, Arthur
Conan Doyle, Jack London, R.L.Stevenson, André Maurois, Oscar Wilde, Julio
Verne. La lista podría estirarse en
cualquiera de las tres direcciones y, al repasarla me siguen llegando nombres a
la cabeza, entonces me pregunto: ¿Roald Dahl, Gianni Rodari o Michael Ende?, son
escritores o ¿son escritores de literatura infantil?
Es irónico que la hermana menor de la
literatura sea la que lleve la fundamental carga de formar lectores, lectores
que resultan tan o más exigentes que los adultos. A un niño no se le puede engañar con una mala
ilustración o un texto, porque simplemente, no tienen la contaminación del
adulto que seguirá leyendo influenciado por la recomendación de un escritor,
una columna literaria o un amigo. El
niño rechazará el libro en las primeras páginas; sin embargo, escritores que
enganchan a los niños en la aventura de la lectura, como María Fernanda
Heredia, Edna Iturralde o Leonor Bravo son presentadas con la etiqueta de escritoras
de literatura infantil.
Continúo con las preguntas y reflexiono si los
escritores LIJ (literatura infantil y juvenil) no recurren a los mismos procesos
que utilizan los autores “serios”.
Intentando escribir para chicos, puedo decir que sí funcionan algunos de
los procesos básicos, pero que hay que situarse en otro lugar para poder
escribir para ellos, y que debido a que trabajo con ellos, sé cuan
difíciles pueden llegar a ser al momento de juzgar. La escritora Jill Paton Walsh comparaba la
experiencia con “adoptar el punto de vista de un niño viendo las cosas debajo
de la mesa”, y esta tarea no es nada fácil.
Aunque todavía existan autores que consideren a
la literatura infantil y juvenil como un género de menor importancia, debo
destacar que escribir para niños requiere de no menos talento literario que
escribir para cualquier otra persona. Además de la habilidad para crear una
historia, la responsabilidad de escuchar a los lectores e investigar qué les
interesa, qué les preocupa y cuál es su visión del mundo, hay que saber
comunicarse con los chicos y captar su atención desde la primera línea; hay que
recordar qué nos preocupaba cuando teníamos su edad y, finalmente, no debemos
olvidar que en este género tan complejo podemos crear desde poesía, cuento,
fábula, teatro, novela; y abordarlo no sólo desde lo lírico, lo narrativo y lo
dramático, pero también desde lo didáctico.
Con estas inquietudes, los invito a formar
lectores desde todos los frentes y, si bien la escuela es importante para
lograr este objetivo, el hogar lo es más.
Debemos acondicionar espacios para que los niños asocien la lectura con
un lugar entretenido, pensar en el libro infantil como un momento de fantasía y
de evasión, y no de aleccionamientos; pero sobre todo, tenemos que leer con
ellos, que la lectura sea un vínculo afectivo entre el adulto y el niño. Solo así podremos responder si lo que leemos
es literatura o literatura infantil.
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