A
principios de 1560 salía Gómez Suárez de Figueroa del Cusco para no volver.
Había vivido allí desde su nacimiento y a los 20 años se iba a España donde se convertiría
en inca, en el Inca Garcilaso de la Vega, “el primer peruano” según Raúl Porras
Barrenechea. Hijo de un capitán español y la princesa inca Chimpu Ocllo, vivió
la mayoría de su niñez y adolescencia con su madre y la familia de ella. Allí aprendió el quechua y escuchó infinidad
de historias sobre la ciudad y el Tahuantinsuyo, observó sacrificios de llamas
para augurar el futuro, se sentó al lado de personajes icónicos de una sociedad
casi desaparecida y compartió el dolor del pasado perdido.
Al
mismo tiempo, Garcilaso crecía entre españoles y caminó por las calles de la
ciudad como uno más de ellos; cabalgó por las llanuras donde sucedieron las
guerras civiles entre conquistadores que ansiaban formar su propio reino; vio
cómo llegaban alimentos y animales que no se conocían a 3400 metros sobre el
nivel del mar y, como hijo predilecto del capitán, jugó a las cañas en las
fiestas de Santiago y al jurarse por rey a Felipe II. Garcilaso fue feliz en
Cusco y nunca olvidó sus historias. A una cuadra de su casa estaba la Plaza de
Armas o Haucaypata donde, hace más de
450 años, observó la destrucción paulatina de cuatro grandes complejos de piedra
(canchas) que aún la bordeaban: Casana, la casa de Pachacutec (Portal de Panes),
donde destacó
“un
hermosísimo galpón que en tiempo de los Incas, en días lluviosos, servía de
plaza para sus fiestas y bailes. Era tan grande que muy holgadamente pudieran
sesenta de a caballo jugar cañas dentro en él”. (pág. 107)
Santo Domingo |
“Estaba
cubierto en redondo, como eran las paredes; encima de toda la techumbre, en
lugar de mostrador del viento (porque los indios no miraban en vientos), tenía
una pica muy alta y gruesa, que acrecentaba su altura y hermosura”. (pág. 231)
La isla
de casas que hoy se levanta sobre el río Saphi y divide las plazas Haucaypata y
Cusipata (Plaza Regocijo y ex Hotel Cusco) se empezó a construir en 1548 y Cusipata
fue rebautizada como Nuestra Señora de las Mercedes,
“…en
ella están los indios e indias que con sus miserias hacían en mis tiempos
oficios de mercaderes, trocando unas cosas por otras; porque en aquel tiempo no
había uso de moneda labrada, ni se labró en los veinte años después; era como
feria o mercado, que los indios llaman catu”. (pág. 110)
A unos
pasos de allí estaba la casa de Garcilaso, que hoy es el Museo Histórico Regional
de Cusco; lugar donde se reunían los españoles para recordar las guerras de
conquista y hablar sobre la situación del virreinato que se empezaba a
conformar:
“…tenía
encima de la puerta principal un corredorcillo largo y angosto, donde acudían
los señores principales de la ciudad a ver las fiestas de sortijas, toros, y
juegos de cañas que en aquella plaza se hacían”. (pág. 45)
Desde
allí, cuando la ciudad tenía edificios de menor altura, se contemplaba “la
punta de sierra nevada en forma de pirámide” (pág. 183) del apu Ausangate,
cerro sagrado del Cusco.
De
regreso a la Plaza de Armas, si se dirige la vista hacia la mitad del apu
Sacsayhuaman se distingue un andén,- donde hoy está la iglesia San Cristóbal-,
que otrora era el corazón de Collcampata, uno de los doce barrios incaicos del
Cusco, “casas que fueron del Inca Paullu y de su hijo Don Carlos, que también fue
mi condiscípulo” (pág. 16) y donde el sapan inca
hacía los ritos que daban inicio a la temporada agrícola. Luego estaba Pumacurco,
el nombre que hoy tiene una empinada calle del barrio San Cristóbal, y que
Garcilaso tradujo como “viga de leones […] porque en unas grandes vigas que
había en el barrio ataban a los leones que presentaban al Inca, hasta
domesticarlos y ponerlos donde habían de estar”. (pág. 102) También mencionó a Rimacpampa, aduana de
ingreso y salida del Qhapaq Ñan al Collasuyu que hoy es la plaza Limacpampa, epicentro
del tráfico que va hacia el centro y sur de la ciudad, y lugar de concentración
de festividades y protestas.
Pumapchupan |
Coricancha y Sacsayhuaman
El
callejón Loreto,- llamado Inti K’ijllu en el Tawantinsuyo-, se ubica a un
costado de la iglesia de La Compañía y era el principal ingreso al Coricancha o
Templo del Sol que hoy es el convento de Santo Domingo. Garcilaso utilizó
varias páginas de sus Comentarios Reales
para describir el complejo y su magnífico jardín de oro que imitaba a la
naturaleza, las celebraciones de las naciones en Intipampa (la plaza delante del
templo), las cinco fuentes de agua con “caños de oro” donde se hacían baños
rituales, los espacios donde el Uillac Umu rendía culto a la luna, las
estrellas, el rayo y el arcoíris, y rememoró capítulos dramáticos como la noche
en que el conquistador Mancio Serra de Leguizamo, “que yo conocí y dejé vivo
cuando me vine a España” (pág. 182) , apostó la figura del Sol, “hecha de una
plancha de oro al doble más gruesa que las otras planchas que cubrían las
paredes” (pág. 195) y la perdió.
Desde
niño, Garcilaso jugó con sus amigos en los laberintos de Sacsayhuaman, “la obra
mayor y más soberbia” (pág. 168) de los incas. Sus
recuerdos mezclan el asombro por las enormes piedras con la indignación por la
destrucción del monumento. Al cronista, como hoy a miles de turistas, le cuesta
imaginar cómo se logró ese ensamblado perfecto de gigantescas piedras
multiformes:
“Unas
son cóncavas de un cabo y convexas de otro y sesgas de otro, unas con puntas a
las esquinas y otras sin ellas; las cuales faltas o demasías no las procuraban
quitar ni emparejar ni añadir, sino que el vacío y cóncavo de una peña
grandísima lo henchían con el lleno y convexo de otra peña tan grande y mayor,
si mayor la podían hallar” (pág. 144) .
Tras
atravesar las tres murallas de la fortaleza por las puertas de Tiupuncu, Acahuana
puncu y Viracocha puncu se llegaba a lo más alto del edificio donde había tres
torreones: Moyoc Marca –que era redondo y tenía “una fuente de mucha y muy
buena agua, traída de lejos, por debajo de la tierra” (pág. 146) -; Paucar Marca y Sacllac
Marca. Durante siglos se creyó que estos edificios eran un invento de Garcilaso
hasta que en 1936, Luis Valcárcel desenterró los cimientos. Tal vez lo más
impresionante del relato es confirmar que aún hay mucho por descubrir bajo
tierra:
“En
aquellos subterráneos mostraron grande artificio; estaban labrados con tantas
calles y callejas, que cruzaban de una parte a otra con vueltas y revueltas, y
tantas puertas, unas en contra de otras y todas de un tamaño que, a poco trecho que entraban en el laberinto,
perdían el tino y no acertaban a salir” (pág. 349) .
El
Inca Garcilaso de la Vega nos guía, desde hace casi cinco siglos, por el Cusco
más puro y, a la vez, utópico. Así como millones de peruanos que hoy viven en
el extranjero, expresó en sus obras un patriotismo exaltado donde el Perú es
maravilloso e incluso se autonombró inca en Europa, una osadía para el siglo
XVI. Viejo y lejos de su amada Cusco la recordó con el cariño entrañable que se
merecen los paraísos perdidos y dejó un relato inolvidable que muchos agradecemos
de corazón en los 400 años de su muerte.
*Todas las citas son de los volúmenes 1, 2, 3, 6 y 8 de los Comentarios Reales de los Incas, del Inca Garcilaso de la Vega
** Foto de obra compuesta por el maestro cusqueño Edwin Chávez
0 comments:
Publicar un comentario